viernes, 9 de octubre de 2020

Nuestro arabesco genético sigue ahí

09 octubre 2020
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Golfeó todo lo que quiso y la amó, a la vez que a otras, pero … “a ella la he querido más que a nadie” – se atrevía a contarnos con total impunidad, nuestro querido Loren, el rey de los ingenieros amantes de las obras con destino la carretera. Su amante y querida esposa aguantó lo indecible … y sigue haciéndolo … “él está muy arrepentido, Enrique” – me cuenta ella.
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Alberto, ese pragmático ejecutivo de lo inmaterial – (Alberto es artista … pinta, escribe y también baila, golfea y copea como nadie) – nos quiere convencer de que la vida en pareja funciona si la mujer saber tener una larga correa para el hombre; que a él se lo enseñó su padre y que su madre, más santa que ninguna, supo perdonar a su padre todas sus aventuras. Concluye Alberto, mientras le regala una inspección ocular a las redondeces de la Loli que hoy ha venido con ropa de calle, que lo del matrimonio bien llevado es como lo de la confesión católica,  “golfeas todo lo que te da la gana, pero luego te confiesas, dices que te arrepientes, y tu moral y tu relación, como tu moral, queda salvada … y ay de la mujer que no sepa entenderlo, Enrique “.
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No os aburro con más historias como las que me han contado Loren y Alberto, pero podría llenar este viejo blog de malditas praxis como las contadas  entre viejos y no tan viejos e inadecuados personajes de mis historias, pero lo cierto es que nuestro arabesco genético es indudable … pero por eso y por muchas cosas más, acabo relacionando mi falta de ardor en esos contactos con mis deseos de cogerla de la mano y llevármela a volar conmigo donde nadie pueda pensar,  ni vivir, así, donde nadie pueda negar la existencia de ese viejo sentimiento que algunos aun llamamos sentir, amar o, simplemente,  soñar. 
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