“Lo tenía todo, sabe usted, mi mujer, mi cuenta de ahorro, mi niña y mi profesión … daba clases de piano en Maristas. Tenía toda un vida por delante, tranquila y felizmente aburrida. Decidí aceptar una oferta de trabajo para realizar una gira por toda Europa con una conocida filarmónica que duró tres, cuatro, cinco y hasta diez años, de orquesta en orquesta y de cama en cama, hasta que acabé tocando en un club nocturno en Benidorm y durmiendo con una señora estupenda de Mayabeque que también corría la noche cantando y bailando en cualquier Club. Lo perdí todo … mujer, niña, profesión y hasta mis ahorros, fue un desastre. Mi mujer enviudó de una segunda nupcia con un rico señor de Madrid y allí vive con su hija – que tampoco acertó con su matrimonio – sus nietos y su fortuna, en una gran ático del barrio de Salamanca, en invierno, y en su mansión de La Granja, en verano. A veces me invitan a ir … y yo voy. Creo que no me odian … pero yo les lloro cuando no están, cuando no me ven. Fui un estúpido, Enrique, pero a veces creo que algún ser superior dirigió mi vida en otra dirección para que ellas pudieran ser felices. Yo nunca hubiera sido capaz de darles alegría alguna … mi frustración me lo hubiera impedido. Yo no me quejo … solo me hago preguntas sobre si escogí el camino correcto. Yo, a mi manera, he sido feliz … y creo que aún lo soy … nací y viví como quise y en eso sigo. Mi virtud estuvo en apartarme de sus vidas”.
No estaba siendo un viernes cualquiera para el pianista del ayer, el autobús que recoge a los jubilados del Ateneo sin familia para llevarlos a dar su vuelta por unos escasos 10 €, dejó en tierra a Marcelo, a ese pianista retirado que vive saboreando su pasado, sus pecados, su presente … y su feliz soledad ¿Un Golfo irresponsable? ¿Un vividor empedernido? ¿Un rebelde fruto del encorsetado mundo social correcto?
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