jueves, 27 de febrero de 2020

La señora del ayer perdido y el niño del smartphone

Fotografía de Helmut Newton  -  Desafiantes
27 febrero 2020
Me miró, me remiró y una amable señora que iba detrás mío le increpó. Nada peor pudo hacer la buena mujer. Vemos en la TV y hasta en el cine, como la gente in se sienta en el sofá con las piernas dobladas y con los zapatos puestos sobre el tapizado, despreciando la conservación y durabilidad del mismo. Para ellos, para ese tipo de gente joven, todo es provisional y como la fruta de los árboles, todo se hace sin aparente esfuerzo.

Causa perdida, amiga compañera de Bus de ayer, el niño no ve nada malo en poner sus zapatos en la silla de enfrente porque así está mucho más cómodo y, además, ha subido antes  – ¿Qué pasa que él no paga su billete como todos los demás? – dirá él.

Más adelante, justo en la parada frente a Jesuitas un par de niñatos monos, graciosillos, se llevan un par de señales móviles de tráfico, dos triángulos, y cuando se iban a subir al Bus un par de guardias municipales los paran, a uno, incluso, lo bajan del autobús y se quedan con ellos marcándoles una clara reprimenda que no se como acabaría pero seguro que nada grave.

En el Bus, un numeroso grupo de chavales, del mismo colegio, supongo, estaban partiéndose el culo de risa, sorprendentemente, al ver que los dos graciosillos habían sido retenidos por los guardias.

La mujer, la que reprendió al chaval de los pies en la silla de enfrente, algo acobardada y con ganas de desahogar su frustración, me dijo: No me hace ni caso, no habrá quien le haga entender a es niño que ese asiento es para las personas y no para sus pies, a veces me gustaría ser persona, quiero decir con ello que me gustaría que me tratasen como tal”.

A todo esto el chaval, dejando de mirar por un momento a su smartphone, y clavando los ojos en la señora de las quejas, bajó los pies de la silla de enfrente y cuando vio que nadie se sentaba, volvió a colocar sus deportivas sobre el banco azul, como debe ser, pensaría él, como le habrán enseñado pensaba yo.

Al rato la mujer dijo: “No todos son iguales, mis nietos … son lo mejor del mundo” – De pronto, mientras la mujer me hablaba, y no se por qué, me acordé de aquel viejo “dicho” que decía algo sobre el ojo que no ve la paja mas que en el ojo ajeno.

Es curioso saber, a mi edad, que las cosas sencillas, intrascendentes y que a nadie le importan un bledo, me resultan tremendamente llamativas sino atractivas. Quizás hayan estado siempre ahí, pero quizás nunca tuve tiempo de parar a contemplarlas, no sé, pero ahora me resultan como  una gozada totalmente inesperada, una más de las que la vida te reserva cuando ya no puedes abrir, ni sentir, la velocidad del éxito mortal y efímero, en el que siempre te ha gustado vivir.




 EnriqueTarragóFreixes

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