miércoles, 25 de noviembre de 2020

El enfado de las chicas del rosario bendito y el cuadro de Magritte



25 noviembre 2020

- Nadie en su sano juicio y mucho menos a mi edad, le da por valorar de manera alguna cualquier obra de arte y mucho menos si éste se manifiesta de forma absolutamente ininteligible para un alma pragmática, simple y tortuosamente maquiavélica como se ha convertido la mía desde que dan churros en los rosarios de las nueve.

- Por eso y por muchas razones más, al estilo de una instancia, (al terminarla y cuando ya uno va a escribir por lo que está cabreado con la Administración a la que recurre), preguntaba yo al Párroco suplente de hoy, que coño hacía ese cuadro en el altar de la Sacristía en el que se ve un violonchelo que viene administrado su tocamiento por una calavéríca, ininteligible y abstracta figura, en lugar de hacerlo con una tangible belleza humana con manos de mujer.

- Fotre, si lo sé me callo, las bellas sesentañeras del Rosario e incluso la adorable Doña Virtudes, se lanzaron sobre mi pero no como uno quisiera, no, me refiero al modo verbal. Me llamaron, cuasi, cateto hijo del pragmatismo empresarial, adolescente de la quinta edad, ignominioso sepulcral y hasta viejo de las peores excrecencias.

- Ante tal bello furor, cuasi uterino o cruelmente apostólico de la fe de las excelencias del arte pictórico, reaccioné al estilo cachondo - sin serlo, ni estarlo - y dije con voz aterciopelada, cuasi angelical y muy sermonística: "Queridas hermanas en la Fe, era una broma, no me lo tengáis en cuenta, quería bromear sobre mi aparente ignorancia, lo cual ni es mi estilo, ni es menos ostentoso que demostraros lo contrario ¿Qué hubiérais dicho señoras del Rosario madrugador si os digo que esa obra de René Magritte la pintó el artista en el año 68 y que lo hizo bajo la luz de dos grandes velas mientras coitaba de modo intermitente con el espectro al que quería representar?

- Las caras de las doñas del Santo Reproche, junto a la excitada cara del joven Párroco en funciones, componían una figura digna de un cuadro del mencionado Magritte, es decir, todas y todos en bolas, con boca abierta por la emoción del momento e invocando al perverso Obispo del manipulado perdón indigno, mientras un extraño fotógrafo, aún más cruelmente entregado al acto, se lamiera las fauces al verlas y vernos a todos en ese estado de desnudez ... moral.

- Cuando ya todo parecía no haber quedado en nada y todos ya andábamos degustando el café de puchero y las pastas de Doña Virtudes, el Neo-Párroco se me acerca y me dice cuasi al oído: "¿Está usted seguro de que ese cuadro sea de Magritte, Don Enrique?" ... y yo, mirándole a los ojos y con gesto firme le contesté ... "¡¡¡No tengo NPI!!!"



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