Una mañana pegajosa para los amantes del vivir aunque sea bien.
Eduardo es un chico de La Pampa que vivió en Montevideo como un rey cantando a su tierra pero que acabó aterrizando en la costa del Levante hispánico haciendo lo mismo: Tugurios, tango, alcohol, guitarra y chicas, muchas chicas. Veinte años en España le han dado muchos derechos, muchas vivencias y muchos problemas, y también algún vástago perdido en un mundo en el que vivió y que ahora a sus casi setenta intenta seguir viviendo aunque sea de modo altruista o no, y ocasional. Eduardo me cuenta, con esa voz ronca que caracteriza a los tangueros, que vive en una nube feliz … aunque sea a base de creérselo. Habla de sus batallas, de sus amores, de sus canciones, de sus hijos … y de sus añorados ancestros … muy añorados. Su charla es vivaz, a veces cruel con el sistema, con la vida, con sus amadas, con todo, pero su “artistic vein” le hace volar hacia el surrealismo en el que vive. Un café agridulce.
Al despedirme de Eduardo y después de cantarme un alucinante “Volver con el alma partida …”, con el deje que aporta su voz endulzada con un par de copas de “Fernet” que él se hace traer de allá, me dice: “Ay, Enrique, yo no quiero morirme, pero si tengo que hacerlo, le tengo dicho a todos que no quiero que llamen a nadie comunicándoselo, no, a los jóvenes les dará lo mismo, al contrario, pensarán; un viejo menos, y a los viejos como tú les hará recordar su mortalidad inminente. Mejor no advertir a nadie de mi muerte.”
Hay días en los que convendría no tomar café en las golfas madrugadas de mi Ateneo en las que unos vamos, pero otros muchos vuelven … a pesar de su veterana y cruel, juventud.
No hay comentarios:
Publicar un comentario