lunes, 1 de marzo de 2021

Se acercó y me dijo: ¿Me das un euro?

Captura

https://alisonwrightphoto.photoshelter.com/image/I0000nI9bCdBAMqg

01 marzo 2021

Venía yo de comer con mi amigo el “Extranjero” y al paso por ella, (la Iglesia de la Playa, la Parroquia de San Pedro), decidí pararme a meditar, a sentarme en uno de esos magníficos bancos que la llenan. Estaba meditando frente al mismo Cristo que yace en un lateral del altar sin que nadie, o casi nadie, piense mucho en él pero que a mi me infunde una extraña sensación de complicidad en su mirada.

Pero al poco y sin saber por qué, quizás fuera porque las beatas del rosario lo hacían con una monotonía y severidad que me aturdían, me fui a la Playa donde había un sol radiante y una mar plácida, elegante y vestida de un precioso azul caribeño… bella como nunca.

Sentado plácidamente con el culo aplastado en el nostálgico banco de madera que allí ejerce mientras espera que mis posaderas se hagan blandas cual pulpo a puñetazos, se me apareció él.

Tenía cara de dar miedo, sin afeitar, ojos de no haber dormido en un siglo y hombros adelantados en señal de decadencia.

Pensé, al principio que tenía miedo yo de él, pero a medida que se iba acercando y mientras yo le observaba acercarse por el rabillo de mi ojo izquierdo, empecé a sentir curiosidad.

No había gente, apenas, a mi alrededor, pero en un acto reflejo e inconsciente, me volví al sentirlo muy cerca y al verlo ahí, con esa humanidad enorme y cara de afgano malo o peor, me di cuenta que no me inspiraba temor alguno, sus ojos no intimidaban, solo pedían contacto.

Me miró, nos miramos, yo sin dejar de apoyar mis brazos en el banco, ni variar el gesto con cara dirigida al lejano horizonte marino, y fue entonces cuando él me dijo con un acento árabe muy cargado: ¿Me das un euro? … y yo, sin pensarlo y tras escudriñar a fondo mis cada vez más inaccesibles bolsillos,  se lo di, no pude evitarlo pero cuando ya se iba le dije … ¿Quieres otro? …

Se volvió con cara de estar oyendo al mismo Creador, me sonrió y con gesto avergonzado y sin mediar palabra, pero con una sonrisa de ángel mancillado por el horror de su mundo, alargó la mano hasta ponerla muy cerca de la mía y esperó a que yo soltara un pequeño y variado montón de monedas de todo color que había robado del fondo de mi profundo bolsillo.

Volvió a sonreír, esta vez con mayor efusión y sorpresa, cerró su puño repleto de a saber cuantas monedas habría “cazado” y sin mediar palabra, tampoco, se fue alejando volviéndose de vez en cuando como si tuviera miedo de que fuera a perseguirle para recuperar sus monedas.

Una experiencia sencilla, sí, una de esas que tanto me gusta vivir en estos últimos años y que durante tanto y tanto tiempo dejé pasar por delante del escenario de mi vida sin que supiera que eran ellas, las cosas sencillas, las que me iban a hacer sentir más vivo que nunca.

 

 EnriqueTarragóFreixes

2 comentarios:

  1. Me gusta como nombras las palabras
    y le das lo que necesitan
    alimentándolas de ganas

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias querida Mucha, solo intento hacer fotos con palabras.
      Un abrazo muy fuerte.

      Eliminar