07 octubre 2020
Bajar la escalera del 226 de Padre Claret, frente al barcelonés Hospital de San Pablo, era como dar dos saltos entre toda la especie humana, que era toda la que yo conocía en aquella época. La señora Antonia me regañaba … “Un día et mataràs, Enriquet”. Olor a escudella, a piel de naranja recién cortada y a … hogar. Luego a la tienda de ultramarinos, en la esquina de la Plaza, donde el Isidro, el Tutusaus, me tenía preparada la cesta con lo que mi querida Paquita le había encargado. Cinco céntimos para pegadolça en el quiosco del ciego y diez minutos para acercarme al Pasaje San Pablo para ver si por la tarde habría partido con pelota de papel que, por cierto, el Françesc las hacía como nadie. Eran duras y hasta parecían de piedra. No había tarde que no tuviéramos bronca con las avias de las casas bajas del lugar pues a pelotazo limpio les acariciábamos todas las puertas y ventanas … “Ja l'hi diré al teu Pare, Enriquet”. Consuelo teníamos con nuestros partidos con una chapa de cerveza encajada en una de Martini, que había que colocar en el alcorque del árbol del rival. Todo un arte, si, lejano, añorado e inesperadamente admirado por mi memoria en los momentos en que todo parece pasar por ella a una velocidad de vértigo, como si esa película fuese a terminarse en la próxima hora, la cual, lo que pase en ella, sin duda y en ciertos momentos, es lo único que te preocupa.
Me encanta la nostalgia de tu texto
ResponderEliminarTiene vida propia
Te felicito muchacho
abrazos siempre
Tú joven espíritu me hace ver, siempre, que el mundo es maravilloso. Admirable, querida Mucha.
EliminarUn abrazo muy fuerte
Que bonito es recordar otros tiempos pasados. Cuidate mucho amigo Enrique, te mando saludos a la distancia.
ResponderEliminarEs inexplicablemente así, Sandra. Fluyen en cualquier momento, lugar y espacio.
EliminarUn abrazo fuerte.